Nueva York, la ciudad que nunca duerme (y nosotros, tampoco…)

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Diario de viaje: la intimidad de la cobertura de las elecciones en EE.UU.

 

Hace frío y es de noche en Manhattan. La ciudad que nunca duerme, se mantuvo así, oscura y helada, durante toda la semana. Por lo menos, así la vimos casi todo el tiempo de nuestra fugaz pero intensa estadía. Horarios extremos, trabajo intenso, poco sueño, agotamiento. La cobertura periodística de un hecho tan importante como las elecciones presidenciales en el país más poderoso del planeta, no empieza en el destino, cuando uno baja del avión. Mucho antes, y como se imaginarán, conviene avanzar con la preproducción, establecer contactos con analistas políticos, docentes especializados en relaciones internacionales, residentes argentinos, leer material de especialistas, diarios locales, despachos diarios en redes sociales de los equipos de campaña de cada candidato, e inclusive (y por las dudas) averiguar si durante los días de ajetreo puede haber además otro evento importante (sabíamos por ejemplo que el domingo previo al acto electoral la ciudad iba a estar paralizada por la tradicional maratón de Nueva York, requiriendo acotados planes de grabación, sin tanto desplazamiento, por razones entendibles de innumerables dificultades para trasladarnos). Se trata, según mi modesta experiencia, de establecer un paréntesis en la vida personal de los enviados y enfocarse, casi obsesivamente, en la materia en cuestión a tratar. Hay que preguntar y, sobre todo, escuchar. Entender. La aventura de lanzarse a un trabajo de estas características, pone a prueba métodos y una disciplina férrea en cuanto a largas jornadas de trabajo. Confieso que se trata del tipo de emprendimiento televisivo que más me gustan y desafían, y que requieren, sin temor a equivocarme ni a exagerar, hasta de entrenamiento físico. Sí, nos estuvimos preparando con una rutina diaria de ejercicios para estar a la altura de la exigencia. Sabíamos que el aire nos iba a demandar salidas al aire en los cuatro noticieros de Telefe, durante 5 días de lunes a viernes. Pero todo no se puede prever: a nuestro arribo, Nueva York cambió su horario sumando una hora más a la diferencia con Buenos Aires. O sea, a las 4:30 de la mañana (2 horas más en CABA), saltábamos de la cama para nuestros móviles en vivo desde las 7 para Baires Directo, independientemente de los informes que había que grabar en las siempre caóticas y cinematográficas calles de la Gran Manzana.

 MADONNA CANTANDO EN LA CALLE? NAAAAA….

 Situaciones bizarras, y anécdotas, sí, muchas. El lunes previo a las históricas elecciones, y como última y comprometida demostración de apoyo a Hillary, sorpresivamente nos enteramos que canta Madonna en Washington Square Park. La noticia nos llega a través del chat interno de la cobertura con los productores del noticiero. Twitter entrega las primeras imágenes de la Reina del Pop a doce estaciones de metro de donde nos encontramos caminando, después de la salida al aire del noticiero de las 20. Pero, la primer dificultad se avecina. Después de una maratónica jornada de trabajo, cámara y mochila Live-U (equipo portátil de transmisión), están descargadas. El tiempo nos corre. Qué hacer? Cuáles son nuestras opciones? La más jugada, pedir permiso y desplegar toda la parafernalia para poner a cargar nuestras herramientas de trabajo en un bar. La más conservadora, correr al hotel en busca de conexiones eléctricas. Debatimos, y al final triunfa ésta última, pero, claro, con un costo. Estamos en desventaja. Pasan los minutos, tomamos el metro, y al llegar al parque del inesperado concierto, la «chica material» ya había partido con sus músicos e instrumentos. 1 a 0 abajo, pero el partido es largo, pensamos.

 JUICIO A LAS LAS ENCUESTADORAS, TIMES SQUARE EN SILENCIO

 Todas las fuentes consultadas en charlas de café en Buenos Aires, desde meses antes de las elecciones, incluyendo altos funcionarios diplomáticos de la Embajada de EE.UU en Buenos Aires preanunciaban, un triunfo de la candidata demócrata, Hillary Clinton. Pero sesenta millones de estadounidenses votaron a Donald Trump y cada uno lo votó por sus propios motivos, claro. Algunos estaban enojados o asustados. Otros, indiferentes a la furia desatada contra su candidato, ansiaban un cambio político, y, sin duda, también hubo muchos que agradecieron la oportunidad de volcar su resentimiento. Claramente, todos hicieron caso omiso a la legión de expertos que anticipaban una derrota del ahora presidente electo. Las principales encuestadoras, medios de comunicación, diarios tradicionales, webs políticas hablaban de otra definición. Definición? Para eso corresponde describir  lo que se vivía en la dramática noche electoral del martes 8 de noviembre en Times Square, nada más y nada menos que el mismísimo centro del mundo. Allí donde cientos de personas enmudecidas no bajaban la vista de las interminables pantallas multicolores que reproducían los programas políticos con sus propias «Exit Polls» o bocas de urna, proyecciones y probabilidades estadísticas que establecían contextos y panoramas online. Los autoconvocados en el lugar emblemático de Manhattan no podían contener el aliento ni los incontables «Oh my God! al mismo tiempo que cada estado reflejaba números alentadores para el campamento Republicano. La noche avanzaba y el silencio estremecía. Nadie se movía de su lugar. Las horas pasaban. Difícil conseguir café, y, más aún, acceso a un bar, y en consecuencia inevitable, baño. El emblema distintivo de Nueva York estaba al borde del colapso, y sólo la quietud era atravesada por algún grito espasmódico de aliento y esperanza cuando un estado mostraba mayor cantidad de electores para la ex primera dama. Y cerca de las 2 de la mañana, nosotros tres -Marcelo «el pollo» Aldecoa, camarógrafo, Matías Laflor, asistente de cámara y este servidor- seguíamos allí, asombrados y planificando nuestros próximos pasos de acuerdo a quién se perfilaba como ganador. Nadie salía a hablar. Qué hacer? Dejar Times Square y reflejar la desazón y el clima de derrota de la mayoría demócrata en el Javits Convention Center, adonde no podíamos ingresar por no aceptarnos el pedido de acreditación? O apostar al triunfo del excéntrico magnate y encaminarnos a las afueras del Hilton  Hotel de la 6th Avenue del Midtown, reducto impenetrable para todo aquel que quisiera identificarse como periodista, salvo que cuente con una invitación especial? Hay que jugarse. Y decidir. Para qué? Para ganar tiempo, hallar un taxi -una quimera por lo general- , encontrar lugar para meternos en los «corralitos» que tanto les gusta a los burócratas estadounidense que intentan «poner orden» en las atestadas calles y veredas del «pago chico» de Clinton y Trump y ponernos a trabajar.  Al final, la moneda salió del lado correcto: nos fuimos al «bunker» republicano, donde unos pocos entusiastas -y abundantes en ingesta de alcohol- comenzaban sus festejos, medidos y desprovistos de toda euforia. Será que la impactante sorpresa pudo más que la alegría, inclusive para los más optimistas?

 EL «AMERICAN DREAM», EN RIESGO

 Las 3 de la mañana. En menos de dos horas hay que estar preparado para la primera de las salidas al aire. Nos vamos a «caer» en la cama, en mi caso, vestido para amortizar el tiempo (y el descanso). Pero antes, el taxista paquistaní que evita los cortes de calles camino al hotel, no habla. Le preguntamos qué piensa del resultado. Dice que tiene miedo, confiesa que está «flojo de papeles» de inmigración y que su «sueño americano» está en peligro.  Lo mismo repiten, fuera de cámara, decenas de latinos -albañiles, obreros, cocineros, empleados de seguridad, encargados de restaurantes- con estupor, y amenazados, dicen, en su futuro inmediato. Es el prólogo de una nueva etapa en Estados Unidos. 

 En Nueva York, los días posteriores al resultado electoral que todavía estremece al mundo, transcurrieron en un clima de tensión y desesperanza. Las protestas nos sorprendieron bajo la lluvia, de casualidad. Caminando de regreso desde la Trump Tower hacia Columbus Circle, donde estábamos alojados, escuchamos gritos cada vez más cercanos. «Is not my president»!!! Cientos de miles -mayoría de jóvenes universitarios- caminaban sin detenerse, con rabia y repitiendo sus consignas, ante la custodia de policías a pie y en moto. Todo dentro de un esquema en el que nadie se excedía (ni manifestantes, evitando cortar totalmente el tránsito, ni los uniformados, manteniendo prudente distancia). Era el alumbramiento de una nueva era. La primera protesta Anti Trump se desarrollaba ante nuestros ojos y proponía crecer al ritmo del descontento ciudadano en un bastión progresista y demócrata como Nueva York. 

 LA GOLEADA BRASILEÑA, Y LA ÚLTIMA NOTA…

 La última noche de la cobertura, con la satisfacción del deber cumplido y el cansancio a cuestas, nos encuentra brindando con cervezas en un bar latino donde los monitores de TV devuelven la goleada brasileña sobre los nuestros. No nos mostramos muy interesados, pero en el ambiente futbolero del restaurant medio pelo se detecta nuestro acento. Un grupo de brasileños (y algunos neoyorquinos) nos gritan los goles. Como si fuera una final. Pero no hay respuesta de nuestra parte. Estamos curados de espanto. Inconmovibles, y con ganas de dormir. Suena el teléfono. «Siguen las protestas, podrán hacer el último despacho, habría que cubrirlas», indica la producción de Diario de Medianoche. Pagamos la cuenta y nos vamos. Otra vez los rodeos para conseguir taxi. En la fastuosa Torre del millonario mandatario electo, sucursal de la Casa Blanca hasta el 20 de enero de 2017, la seguridad parece sacada de «Homeland» o de alguna otra serie de Netflix. El espacio aéreo de Manhattan está cerrado al sobrevuelo de helicópteros en la zona de residencia del hombre más controvertido -posiblemente- del mundo. Policías armados hasta los dientes que podrían emular a los muñecos G.I. Joe recorren todas las calles aledañas al fastuoso edificio residencial. Sobre la 5th Avenue, camiones del condado bloquean la vista, el ingreso y toda posibilidad de ataque a la fachada del domicilio de Donald Trump. Nos codeamos con los colegas. Es esto una película? Somos protagonistas de una hollywoodense ficción? De ninguna manera: la historia, como otras veces y afortunadamente, escribe un nuevo capítulo ante nuestros ojos. El descanso nos parece algo lejano todavía, pero el orgullo nos invade en el regreso de la aventura.

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