Crónica personal: de la felicidad al drama en 40 segundos
“Papá, está Gastón Edul, lo vamos a saludar?” Camino al embarque del avión que nos llevaría a unas esperadas -y necesarias- vacaciones en familia, mis hijas me piden que nos acerquemos al periodista deportivo para la selfie de rigor. Los cuatro charlamos sobre periodismo, la Scaloneta y los JJOO que Gastón se disponía a cubrir viajando a París.
Ya en la fila para subir al avión también nos encontramos con Diana Deglauy, querida colega de hace años, sonriente rumbo al mismo destino elegido por nosotros. Apenas unos minutos antes de emprender viaje todo era risas, charlas animadas y planes llenos de expectativa y alegría. En definitiva, la partida al descanso, compartir tiempo de calidad, salir del ajetreo y el stress de todos los días que impiden comunicarnos como desearíamos. Vacaciones, al fin.
PESADILLA EN EL AIRE
Ya en vuelo, cansados pero felices, separados por un par de filas, nuestras hijas adelante, nosotros detrás sentados en hilera de cuatro asientos. Mayoría de familias numerosas y ansiosas marcaban el clima de un vuelo repleto, sin ninguna particularidad en especial.
Habrán pasado poco más de tres horas cuando, dormitando, empiezo a tener sensaciones extrañas. Mucho calor, palpitaciones, náuseas. En pocos segundos, sentí como si me hubiera apagado, todo se puso negro, no puedo calcular cuánto tiempo, los recuerdos desde ese momento se tornan difusos.
Mis movimientos convulsivos y los gritos despertaron a Giselle, mi pareja, y desde acá toda la referencia a la situación parte de su relato. El pedido de ayuda, un pasajero a mi lado que asiste -luego supe que era conocido de Rodhy Barili-, la desesperación de mis hijas, dos médicos que acuden a mi asistencia. Me quejaba de un fuerte dolor en el pecho, me faltaba el aire. Atentas y eficaces, las azafatas acercan un tubo de oxígeno. Dos pasajeros médicos ordenaban el panorama e intentaban tomar una decisión. Personal de a bordo pide la presencia del comandante: había que resolver.
EL BUEN DOCTOR
Erik Manuel Cabrera Castedo es un reconocido neurocirujano recibido en la UBA; Sergio Papier un prestigioso especialista en medicina reproductiva. Los dos acudieron de inmediato al llamado de las azafatas. Los dos me asistieron, contuvieron a mi familia, nos ayudaron en la urgencia. Fueron ángeles de la guarda, apariciones benditas en un momento dramático. Un Dios aparte que ellos viajaran en el mismo vuelo y acudieran como lo hicieron, solidarios, ejemplares, enalteciendo su profesión, poniendo sobre todo el valor de ayudar a los demás.
Erik no dudó en pedir el aterrizaje de emergencia en el aeropuerto más cercano. El médico boliviano estampó su firma y aportó su matrícula profesional para avalar el aterrizaje. Los pilotos de Aerolíneas pusieron todo lo suyo: acabábamos de pasar Santa Cruz de la Sierra – Bolivia -, dispusieron el giro en 180 grados, pidieron prioridad a la torre de contról y en solo 15 minutos lograron aterrizarme.
Me dolía el pecho y me faltaba el aire. Cuentan que mi hija menor lloraba desconsolada y la mayor se descompuso. Estaban en shock. Aterrizamos. No tengo mucha noción del tiempo. Sí supe que Erik le dijo a Gise que me lleven “sí o sí” a la Clínica de las Américas, la más cercana al aeropuerto. Ella me acompañó en la ambulancia, mis hijas detrás en un taxi gestionado por el personal de Aerolíneas Argentinas, con las cuatro valijas de mano. A la situación desesperante se le agregaba la incertidumbre de encontrarnos en un país extranjero.
4:32 de la madrugada del martes 23 de julio mi nueva fecha de cumpleaños.
No me alcanzarán los días para agradecerles a los doctores Erik y Sergio: humanos, empáticos y muy comprometidos. Por si faltaba algo para poner en valor su acción, los dos quisieron averiguar cómo me encontraba desde sus lugares de veraneo. Ubicaron a mis hijas por redes sociales y preguntaron diariamente por mi evolución. Otra casualidad increíble: Sergio Papier es amigo de Ana, hermana de mi amigo y compañero Rodolfo Sbrissa. Gratitud eterna para ellos. Y no puedo seguir escribiendo sobre ellos porque me vuelvo a emocionar, una vez más.
DIANA, MARCELO, ROBERTO, RAMIRO, VALERIA: NOMBRES PROPIOS, ASÍ, EN MAYÚSCULAS
La cadena de “casualidades” fue increíble. Pude enterarme días después que Diana Deglauy, que viajaba en el mismo avión con su familia, vio mi traslado en silla de ruedas y con tubo de oxígeno y dio aviso a nuestro amigo en común Marcelo Dellisola. Lo hizo desde la forzada escala en Santa Cruz de la Sierra dejándole un mensaje de voz. Marcelo, camarógrafo madrugador del noticiero, jugó un papel fundamental en pedir ayuda en Buenos Aires para tener más soporte y contención. A las 7 de la mañana ya estaba avisado mi jefe, Roberto Mayo, que se mantuvo online con Gise durante los cinco días de internación para colaborar, aportar, informar, contener y ayudar a resolver cada detalle de los procedimientos que se iban cumplimentando. Con su enorme capacidad de gestión, entre otras acciones, estableció contacto con Ramiro Lascano, el cónsul argentino en Santa Cruz de la Sierra. Gracias a su generosidad y predisposición mi familia encontró las respuestas que necesitaba para atravesar la situación en tierra desconocida. Nuestra entrañable amiga Valeria se ocupó de sostener a Gise, haciendo de nexo con todos nuestros amigos y compañeros de trabajo, a quienes lamentablemente preocupamos con esta situación inesperada.
El gracias a todos ellos será eterno también.

ORO ETERNO PARA LAS LEONAS
El capítulo más importante de esta historia que decidí compartir con el propósito de concientizar sobre la importancia de cuidarnos, llevar una vida saludable, hacernos chequeos periódicos, valorar cada minuto sin perder tiempo en tonterías, lo protagonizaron mi esposa y mis hijas. Lola y Magui procesaron la angustia, atravesaron el shock, tuvieron paciencia suprema, superaron las imágenes de una internación de urgencia y se readaptaron a la situación con entereza y madurez. Lidiando además -y aunque parezca superficial- con la frustración de unas vacaciones que no fueron y con las que teníamos enorme ilusión.
Mi amor, mi pareja, mi amiga, mi compañera. Lo de Gise fue descomunal. Guerrera incondicional, me cuidó, contuvo, estuvo al pie del cañón, gestionó y le puso el cuerpo a la emergencia superando cada obstáculo sin caer. Me cuesta escribir sobre cada gesto, cada actitud que tuvo sin emocionarme, detallando todo lo que hizo por mí y nuestras hijas. Largas horas esperando resultados de estudios, paciencia al extremo, amor del más puro, el de los hechos y también el de las palabras. No hay demostración de entrega más admirable, sólo ella, valiente, pudo bancarse sobre las espaldas semejante situación. Gracias mi amor, gracias mis amores, siempre, todo lo que pueda significar agradecimiento es poco, gracias por estar ahí, gracias por estar juntos. Son y serán siempre Leonas, pura garra y corazón. Las amo.

5 DÍAS
La soledad de la internación en terapia intensiva, los ruidos, los protocolos, los cuidados, los pinchazos, el miedo…sí el miedo, y mucho a que pueda volver a pasar. La cabeza que no deja de trabajar. La culpa por haber frustrado las vacaciones a la familia, las dudas sobre lo que vendrá, el desafío de una nueva vida a empezar.
Nada como estar en casa, después de tantos estudios y temores, después de esos 5 días de incertidumbre, tratando de determinar qué pudo producir un “síncope convulsivo”, posiblemente por una arritmia según los médicos de Santa Cruz de la Sierra. A los médicos de la Clínica de Las Américas, mi reconocimiento será para toda la vida.
Los exámenes son alentadores, todo parece ir bien y después de seguir la internación en Buenos Aires, ya estoy en casa con el susto y los pensamientos positivos que deja todo lo que pasó durante las “vacaciones” en la clínica. Afortunado por contar con una familia como la que tengo. Afortunado por esa increíble cadena de casualidades que permitieron una rápida atención, en el vuelo y en las clínicas.
Y las preguntas que no dejo de formularme, todo el tiempo: ¿qué pasó y por qué? ¿Qué hubiera pasado si estaba en otro tramo del vuelo, alejado de la posibilidad de un aterrizaje de emergencia rápido? ¿Cuánto impactó la falta de hábitos saludables, el estrés y la vida sedentaria en el accidente? ¿Cómo debe convivirse con los temores de ahora en más?
PARA ADELANTE
Me atreví a escribir este relato a modo de prevención: los problemas se nos acumulan en la vida cotidiana pero ninguno puede resolverse sin salud. Todos tenemos dificultades, nerviosismo y angustias. Vida moderna, que le llaman. Sepamos que cualquier situación límite nos hace reflexionar sobre el sentido de nuestra existencia y los valores importantes. Saber decir que no, saber que nadie es imprescindible en lo que hace, tener un método y una disciplina saludable en nuestra rutina, relajar más, llenarnos de sonrisas y rodearnos de vínculos puros, disfrutar los momentos, apagar -o al menos alejar- los celulares.
En definitiva, poder recapacitar y resetear nuestra vida. Lo más importante. Lo único. Que esos 5 días de “vacaciones” en la clínica sean un severo llamado de atención para explorar un nuevo desafío. Un amigo me dijo: “más que el por qué, pensá en el para qué”. Sabio. Por mi familia, por mí y por todas esas personas maravillosas con las que me he cruzado y que me han ayudado. No dejemos para otro momento un “te amo” o un “te quiero” a nuestros seres queridos. Lo esencial es invisible a los ojos… y nuestro tiempo es efímero, es hoy.
Gracias de todo corazón. Gracias siempre.