El desafío de ser enviado especial a la isla
Bienvenido, chico, esto es Cuba». De sonrisa blanca como el papel, el empleado estatal de la parada de taxis del aeropuerto José Martí, nos señala la cola de aproximadamente 100 metros donde deberíamos averiguar por qué nuestro teléfono celular estaba sin servicio, aún con los trámites de compatibilidad ya realizados en Buenos Aires para que podamos tener línea segura: imposible. Nuestra cobertura sobre la muerte de Fidel Castro, comenzaba con incertidumbre. En realidad, la suma de complicaciones iba creciendo desde nuestra gestión de las visas temporales de trabajo. Confirmaciones desde La Habana nos hicieron esperar más de la cuenta. En la embajada, en la cuenta regresiva del viaje, el mismo papeleo de cada viaje, pero con la lógica dificultad de la aprobación para un evento histórico de esta magnitud.
Con la visa de trabajo, sin comunicaciones móviles, y después de pasar el largo y tedioso chequeo de las frecuencias del micrófono en la Aduana, había que pasar a la siguiente fase. La acreditación de prensa. Sin ella, nada se puede hacer. Es el documento esencial para cualquier movimiento en las calles del país. Para obtenerla, hay que dirigirnos directamente al Centro de Prensa Internacional. Le preguntamos al taxista sobre las facilidades para obtener dicho trámite. «Oye, amigo, el mundo entero está aquí en La Habana, ese lugar está fatal». Dicho y hecho. La espera se torna insoportable. Periodistas y camarógrafos de Italia, Francia, Canadá, Brasil -por citar sólo algunos- transpirados y al borde del llanto aguardando desde hace más de 12 horas el indispensable salvoconducto. Una joven sostiene en su mano una hoja de anotador, donde cada medio debe registrarse. Nos toca el puesto 51. Van por el 8. Imaginamos una larga noche en vela y con mezcla de sensaciones: bronca, ansiedad, impotencia. Estamos en La Habana a la misma hora en que empieza el multitudinario acto de masas en la Plaza de la Revolución. El detalle clave? no podemos asistir a cubrir el evento hasta estar debidamente acreditados, y eso puede demorar toda la noche. Tampoco se consiguen taxis. Qué hacemos? Ser enviado especial de un canal de televisión y no poder hacer las notas de rigor? De qué manera algún productor en Buenos Aires podría llegar a entender hasta qué punto la falta de recursos y logística complicaría nuestra tarea, aún habiendo tomado las previsiones del caso y con la experiencia de haber visitado la isla como periodista en otras cuatro oportunidades? Misión imposible. Sin credencial no se puede hacer nada. De lo contrario, puede haber problemas. Hay que atravesarlo para entenderlo. Ni esta columna ni los informes en el noticiero pueden reflejar el desánimo que representa la readaptación a las reglas de juego -sin prejuicios- de un país que es muy distinto, en todo sentido, a cualquier otro. Aclaro: distinto, ni mejor ni peor.
Messi, el «Che» y la argentinidad de nuestro lado, gracias a Amanda
Las horas pasan en el Centro de Prensa Internacional. No hay nada para comer. Salgo a caminar en busca de comida y gasesosas. Matías Tomeo -asistente de cámara- y el Beto Zamudio intentan conseguir fotocopias de pasaporte y visa y algo de dinero (en Cuba hay doble moneda: el peso cubano y los CUC, pesos convertibles). El intento es infructuoso. Nada. Consigo galletitas y agua. A esa hora, un manjar. Por momentos, la situación en el CPI se distiende. Hay resignación. Se nota el cansancio. Una señora mayor, se acerca a nosotros. «Están cansados?» nos pregunta. «Demasiado, y sentimos que estamos atrapados sin poder trabajar», repito una y mil veces. «Vengan por acá, son argentinos no? Aaaaah la patria de Messi y del Che», sonríe, cómplice, quien resultaría ser Amanda, una de las 4 encargadas de prensa responsables de asistir a miles de periodistas de todo el mundo. No pasaron mas de 40 minutos, y nuestra salida, rauda, sorprendió a los colegas que se miraban entre asombrados y, claramente, enojados. Habíamos evitado horas de espera y salíamos presurosos a trabajar. Como otras veces, la argentinidad estaba más de nuestro lado que nunca.
El desafío de poder transmitir las notas
En Cuba sólo hay wifi en algunos puntos fijos como parques o esquinas.
Previamente hay que comprar una tarjeta de ETECSA, la compañía estatal de Telecomunicaciones. Pero la conexión callejera es muy frágil para transmitir material de video y audio de un informe periodístico. Cuáles son nuestras alternativas? hoteles 5 estrellas y el Centro de Prensa. Sobre éste último, con el detalle que durante la mañana posterior al solemne acto de despedida del líder revolucionario, había sido…cerrado. Empezaba nuestro maratónico periplo por los principales hoteles de La Habana. Habana Libre, Presidente, Nacional, Capri. En todos se exigía número de habitación y pasaporte para cotejar los datos personales. El mundo se nos venía encima. Estábamos literalmente perdidos. No poder emitir material significa no haber estado, no haber trabajado, en síntesis: una derrota categórica. El peor final, sí. Pero toda cobertura, por más complicada que sea, siempre deja enseñanzas. En este caso, NUNCA dejar de intentar. Y eso fue lo que hicimos. Hospedados en casa de familia en la zona de Miramar, sin Internet y lejos del centro, nos predispusimos a conseguir COMO SEA la ansiada conexión. Y lo logramos al cabo de una recorrida interminable. Dónde? Hotel Vedado. Una pasajera argentina, acuerdo mediante, puso su identificación a disposición nuestra y, por ende, su habitación, para que pudiéramos tener acceso. Y lo tuvimos. Desde entonces, y por dos días, ese fue nuestro hogar. Comprando tarjetas de una hora (a un precio distinto del que se vende a los habitantes de La Habana), nuestras jornadas transcurrieron entre la adrenalida de la calle, el temor a perder ese pequeño espacio en el hotel y la desesperación por conseguir traslado a Santiago de Cuba, donde se realizarían los funerales de estado del comandante de la revolución cubana. Pero eso, requiere otro capítulo.
«Llegamos en 18 horas pero no está garantizada la hora de la vuelta»
«Guille, traten de conseguir aéreos directamente en el aeropuerto, desde Buenos Aires es imposible». La voz de Vero, productora de Telefe Noticias, casi me hace caer del oído el viejo tubo del teléfono de la casa de Yari, nuestra anfitriona durante los febriles días habaneros. A pesar de que el plan B estaba activado (viajar por tierra) nuestra esperanza se desvanecía como un castillo de naipes. Vamos al aeropuerto: sin sentido. Colapso, quejas, demoras, y vuelos reservados para delegaciones diplomáticas. Otro golpe de nocaut a nuestra cobertura. Seguimos intentando con alguien que quiera llevarnos en auto, atravesando la isla de oeste a este durante 1.000 kilómetros. Nadie acepta. Por las malas condiciones de las rutas, por el esfuerzo desmedido, por el miedo a lo imprevisible… Quien acepta, lo hace para salvarse de por vida. Exige la friolera de 5.000 dólares, algo así como la solución a todos los problemas en Cuba. De ninguna manera. Suena a extorsión y oportunismo. Seguimos caminando las calles, hasta que aparece una posibilidad: se ofrecen a llevarnos e irnos a buscar el domingo a última hora, pero poniendo un manto de dudas sobre nuestro horario de regreso a Buenos Aires desde La Habana. Hasta aquí llegamos. La última decisión la toma el canal. «Gran trabajo de todo el equipo, Guille, vuelvan a casa, gracias por el esfuerzo» me dicen desde Telefe, mientras hago la parabólica humana desde el techo de la terraza de
la casa de Yari (con su celular, recuerden que nunca contamos con servicio propio). Respiramos aliviados, la misión estaba cumplida. Pudimos hacer informes, reflejar el estado de ánimo de los cubanos, sus preocupaciones, el desafío del futuro, la tan mentada apertura económica. Charlamos con cuentapropistas. Como en otros viajes, conocimos de primera mano a «economía de la subsistencia», con trabajadores que reciben un exiguo salario del estado y están obligados a contar con un emprendimiento para poder subsistir. Nos llevamos diálogos profundos, sinceros, hospitalidad, y palabras de alto nivel intelectual. Nos contaron con orgullo los logros en educación y salud. Y las asignaturas pendientes de la Revolución. Cuba, como otras veces, es una lección constante. Justo cuando uno cree haberla descifrado, se tropieza con otro enigma. Este es su atractivo oculto. Me quedo con las palabras que escuchamos a nuestro arribo: «Bienvenido, chico, esto es Cuba». Claro que sí. Sólo hay que vivirlo para entenderlo. Y recomiendo hacerlo.
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