chile a 5 años de La tragedia
Cuando pase el temblor. Si es que pasa, alguna vez. La tragedia estaba delante nuestro.
Llegar a Concepción por tierra, epicentro del terremoto, era una verdadera odisea. Ya no había autopistas ni rutas por tomar. La mayoría estaban destruidas. Ascender por la troncal número 5 hasta la ciudad de destino, se convertía en una quimera. Si hasta hubo que pedir permiso a un hacendado para que nos abriera una tranquera y de esa manera cortar camino a través de un campo. Los caminos estaban desdibujados, algunos, brillaban por una ausencia dolorosa, la de las primeras imágenes que podíamos registrar. Eso era Chile en las primeras horas de marzo de 2010. Eso era Chile post terremoto y tsunami.
La primer noche en la ciudad fantasma y violenta, nos encontró durmiendo en un auto. Marcelo, Armando, Darío y yo ni siquiera pudimos conciliar el sueño. Conseguimos algo de agua, en la calle, en sachets que quedaron tirados en las veredas. No hubo descanso posible. Las réplicas sacudían el vehículo, asemejando la sensación de que alguien estaría moviendo el auto de un lado al otro. Mientras, a los lejos, podía escucharse el griterío de una turba desesperada que se adueñaba de todo lo que encontraba a su paso en almacenes y supermercados. Nadie sabía que podía ocurrir al minuto siguiente. La anarquía imperaba. Hubo que esperar horas interminables hasta que se dispusiera el toque de queda y las fuerzas militares comenzaran a patrullar las calles del país, llevando un poco de calma para que comenzara a trabajar a destajo el incipiente operativo de rescate y asistencia.
La segunda noche nos encontró intentando algo de descanso en una helada oficina de la central telefónica desde donde pudimos concretar la primera transmisión en vivo para el noticiero. La imagen, desde lo alto era dantesca; densas columnas de humo se dibujaban en el cielo gris reflejando la multiplicidad de incendios que durante tarde y noche sacudían a la ciudad. La desesperaciónn abría la puerta al vandalismo extendido.
Transitar de una ciudad a otra era recorrer una zona devastada, un área de guerra donde los check points controlados por soldados del ejército impedían cualquier compromiso horario de transmisión satelital. Había que mostrar el salvoconducto, documento renovable cada 18 horas, indispensable para acreditar la tarea periodística. Y poder circular.
La tercera noche, ya en convivencia con el equipo compuesto por los compañeros de la unidad móvil de exteriores llegada desde Buenos Aires, nos sorprendió en un cuartel de carabineros de Talcahuano, la segunda ciudad portuaria del país que registró pérdidas por 150 millones de dólares. Allí cualquier intento de descripción en palabras, resulta banal: con sólo ver los enormes contenedores flotando en aguas del puerto en medio de la destrucción masiva, y los damnificados improvisando bombas succionadoras caseras para stockear combustible de las estaciones de servicio, uno podía llegar a comprender, en algo, lo que había dejado a su paso, semejante tragedia.
Los movimientos sísmicos, no cesaban. El piso del cuartel de bomberos de la portuaria ciudad se movía, y el sueño debía interrupirse, de golpe, abruptamente. En la gélida noche, el primer alivio iba a llegar al cuarto día. Rescatitas suministraron el agua acumulada en una pelopincho para que podamos tener nuestro primer aseo de la cobertura. Una ducha a través de baldes de agua helada, al fin y al cabo.
Estábamos a merced de los caprichos crueles de la naturaleza.
Talca, Constitución y Curicó, devastadas. Poco había quedado en pie. Parral, la ciudad natal de Neruda, presentaba un aspecto surrealista. Como Dichato, donde pudimos ver embarcaciones adentradas caprichosamente sobre las laderas de unos cerros. Y todo el borde costero, desdibujado.
En todos los casos, hubo una cifra imprecisa de muertos. Nuna hubo acuerdo dentro de los organismos del gobierno, como no lo hubo para dar el alerta de tsunami. Una advertencia sonora y fallida nos sorprendió en plen tarea, provocando nuestra huida hacia un lugar alto como marcan los protocolos de seguridad. Era el pánico, sí.
Nada puede compararse a la experiencia de narrar lo que se ve en un terremoto. Con la carga de haber cubierto inundaciones, conflictos armados, choques múltiples, la tragedia en su dolorosa máxima expresión. Todo está librado al azar, y uno parece entregado a los designios de lo que pueda ocurrir, en cuestión de segundos. Ya no hay casas, no hay rutas, ya no recuerdos ni historia personal. De qué manera se recomienza? Cómo enfrentar el futuro, habiéndose perdido el pasado de cientos de familias. En eso está Chile, todavía hoy, años después.
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