DESPUES DEL TERREMOTO UNA ¨SORPRESA CELESTIAL¨
La escala de regreso a casa nos imponía a Roma, la ciudad eterna, para el vuelo de rigor. Desde nuestro precario alojamiento en L Aquila, el viaje no debería demandar mÁs de dos horas. Previsores y Ávidos de disfrutar de nuevas emociones, nos propusimos una temprana salida en auto hacia la capital para aprovechar algunas pocas horas de recorrida. El vapuleado GPS tenía indicado el cÉlebre Coliseo como destino para nuestra primer parada a las apuradas. Tras el viaje en autopista, el arribo. Fotos y anécdotas, en tiempo record. Resuelto el primer vistazo, con una máxima de 35 grados, y sorprendidos por la poca gente en la calle para un sábado al mediodía, enfilamos directamente para la plaza San Pedro, segunda aproximación a otro enclave turístico por excelencia, el Vaticano.
Estacionado el auto, por suerte -y llamativamente- cerca de uno de los accesos a la Basìlica, nuestro camarógrafo Bula sugiere enviarle por Facebook un mensaje privado al sacerdote argentino Guillermo Karcher, secretario de protocolo y ceremoniero pontificio desde 2006. Y aquí empiezan las novedades para un dÍa que recordaremos por siempre. La respuesta no demorÓ màs de un minuto. «Entren por la puerta del costado, en el acceso a los Museos Vaticanos», escribió el cura. Donde será eso? nos preguntamos. «Ahí»! la puerta estaba justo frente a nosotros! Demasiado suerte para el poco tiempo del que disponíamos. Conclusión: en pocos minutos nos encontrábamos sentados charlando animadamente con Karcher en uno de los salones pontificios esperando la autorización para recorrer -en una suerte de tour privado- los recovecos mas desconocidos de la sede de la iglesia católica, con explicaciones y detalles impensados, en las palabras siempre cÁlidas de uno de los hombres de confianza del Santo Padre.
Las galerìas y demás estancias de valor artístico de la Iglesia accesibles al público, así, quedaban abiertas solo para cuatro periodistas, un abogado argentino y el vicario de la Fragata Libertad, anclada durante esos días en el puerto de Civitavecchia. Pudimos deleitarnos frente a la imponente capilla Paulina, famosa en el Palacio Apostólico, que sirve como capilla del Santísimo Sacramento al interior del Palacio. Un lugar increíble, separado de la Capilla Sixtina sólo por la Sala Regia. El Salón donde Francisco reúne al personal de El Vaticano en Navidad. y de allí, directamente, a la mismísima terraza de la Basílica de San Pedro, donde ubicamos con la mirada el penúltimo balcón desde el cual el Papa oficia el tradicional Angelus. Sobre los techos, la indicación del sitio en el que se erige la chimenea y la ahora imaginaria fumata, marcada en la historia para nosotros desde el 13 de marzo de 2013.
La caminata, bajo la atenta mirada de los guardias suizos, entre nuestro asombro notable, guardaba una pizca de expectativa por recibir cierta noticia «celestial». ¿Podrá recibirnos el Papa apenas unos segundos? ¿Qué estaría haciendo en ese momento? ¿Donde estaría el ya celebre apartamento de Santa Marta, el lugar donde reside Francisco? Nadie se atrevia a preguntar. Igual les adelanto y así evito cierto suspenso. Al Papa no lo vimos. Hubiera sido un encuentro único e inolvidable. Pero fue más que suficiente: de por sí ya nos sentimos reconfortados -y por que no bendecidos- por el que bautizamos, un «tour divino». Nos despedimos de Karcher, en la capilla Sixtina, agradecidos por semejante amabilidad y hasta la emoción, y, claro, con la promesa de volver.