Es difícil razonar sobre una tragedia. Cuando ocurren, hay muerte, destrucción, drama. Priman los sentimientos, afloran las emociones. Y a veces esas sensaciones de mucho dolor, bronca, impotencia y sufrimiento nos impiden pensar sobre qué pasó, por qué pasó y si eventualmente puede volver a pasar. Posiblemente podrá estudiarse con más detenimiento y análisis a medida que vaya avanzando la lenta y hoy anhelada reconstrucción. Bahía Blanca nos enseña a todos desde la historia individual de cada damnificado, de cada voluntario, de cada joven que decidió salir en medio de la emergencia a ayudar con alimentos, abrigo o artículos de limpieza. Y nos enseña porque aún en una situación trágica como consecuencia de las lluvias devastadoras y el desborde de arroyos y aliviadores, nadie se quedó quieto. Nadie pensó en sí mismo o eligió quedarse a resguardo. Porque mucha gente salió de su casa como pudo y pensó en quien estaba peor. En el que perdió la casa porque el agua la tapó o dejó lodo espeso impregnando todo, en aquel que encontró refugio donde pudo, el que subió a los techos y pidió auxilio desesperado. Tantas personas generosas que no dudaron en arriesgar su vida por los demás. Los bahienses brindaron un reconfortante ejemplo de participación colectiva que no sólo incluyó la donación de lo que más se necesitaba, sino que aportaron tiempo y contención: miles pasaron por casas de vecinos y amigos para ayudar, contener, escuchar. En una palabra, estar. Pienso en cada persona que conocimos, pienso y recuerdo todo lo que escuché. Pienso en cada testimonio desgarrador de tanta gente que perdió todo. Y saben qué? Nadie se quejó. Todos agradecieron a la vida tener una nueva oportunidad de salir adelante celebrando que están bien, sanos y salvos
Lo material no importa, se repone. Lo importante. Mirar para adelante y ponerse de pie.
Cuánto para aprender y cuánto para valorar de los damnificados de Bahía Blanca, que nos enseña con su ejemplo.


