Francisco nos deja sus palabras, su sonrisa, su prédica y sobre todo sus gestos. Aquellos que nunca sobreactuó. Siempre se mostró coherente a sí mismo, comprometido con su tiempo. Perfecto entre los imperfectos, matices y dobleces para un hombre que lo intentó todo para que la semilla de la paz, la inclusión y la tolerancia germine en un mundo cada día más complejo. Recibió a todos, se mostró con todos, y si así no fue, no fue él el encargado de cerrar puertas. Por el contrario, su mensaje inicial y profético de abrir las iglesias, hacer lío, revolucionar con una mirada sencilla y austera es seguramente parte de su enorme legado que podrá dimensionarse verdaderamente con el paso del tiempo.

Sigo de cerca los pasos del Papa desde que era Arzobispo de Buenos Aires, cuando desafiaba al poder dándole voz a los que no la tienen, cuando encabezaba los via crucis y se mostraba desconfiado de los periodistas, que lo abordábamos también los 7 de agosto en San Cayetano. En otros destinos como Brasil, Cuba y Colombia encontró claros argumentos de comunicación para poner de manifiesto sus objetivos misioneros: “pastores con olor a oveja” caminando las calles en Río de Janeiro durante la Jornada Mundial de la Juventud, tender puentes para el deshielo entre La Habana y Washington en un viaje histórico, y rubricar la paz entre el gobierno colombiano y las Farc tras décadas de enfrentamientos armados. El Papa del pueblo, de los pobres, de los humildes, el de la eterna sonrisa. El Papa de los 66 países recorridos. Posiblemente que no haya venido a la Argentina representa más para nosotros como sociedad que para él como Vicario de Cristo y al mundo entero. Su misión superadora ha sido siempre global, abarcando los más grandes e importantes acontecimientos mundiales, con sus posturas más conservadoras o progresistas según el caso, más allá de sus consabidos guiños a nuestra vida política local. Con mi pareja lo visitamos el 23 de mayo de 2018 en ocasión de su audiencia y en aquella oportunidad escribí estas líneas.
«2 minutos con Francisco: emocionados, su presencia nos paralizó. El nerviosismo anuló toda posibilidad de hablarle en los términos en los que medianamente habíamos previsto. Con @gisepisano nos olvidamos de todo lo que íbamos a intentar transmitirle. Pero sí, la plegaria por nuestro país, por nuestro pueblo, por nuestro trabajo, nuestra salud. Por el futuro. Por nuestros hijos. Siempre cercano, escuchó con atención. Dedicó tiempo a quien pudiera acercarse. Humilde, carismático, generoso. Todo aquello que los periodistas intentamos sintetizar, cayendo, seguramente, en lugares comunes. Aconsejó, bendijo, agradeció. Y pidió, como hace habitualmente, que recemos por el. Le dijo a un peregrino de Mar del Plata, que “abra el corazón y no se enoje con la Iglesia”, que no espere que hagan algo por el, sino que el “haga algo por la Iglesia ”, cuando el compatriota cuestionó algunas solemnidades de las ceremonias religiosas. Después de agradecer, le recordé que tuve el enorme privilegio y la suerte de acompañar sus visitas a Brasil, Cuba y Colombia como periodista. Contestó con una sonrisa pícara, como para dejar sentadas las reales prioridades: “no tenías nada más importante que hacer en Buenos Aires”? Sueño cumplido»
GRACIAS FRANCISCO