Una noche en Varginha, entre miedos y ronquidos

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24 horas en el corazón de una favela

Varginha? vocés malucos? El taxista del hotel, habituado a llegar a los destinos más exóticos de Río, se sorprendió. Confiesa que en su larga trayectoria en el transporte carioca, nadie le había pedido un traslado a Varginha, y menos, a las 11 de la noche. Pero había que trabajar. El, y nosotros, claro.

El desafío periodístico generaba, como siempre, cierta inquietud. Había que pasar 24 horas en una favela para aguardar la visita del Papa Francisco a uno de los barrios más desprotegidos de Río de Janeiro. Varginha, si bien había sido pacificada años atrás a través de la instalación de un destacamento policial fijo, tenía fama de ser uno de los lugares más peligrosos de la «Cidade maravilhosa», con fuerte influencia de grupos narcos.

No sería ni la primera ni la última vez en adentrarnos en una zona, por decirlo de una manera elegante, que provocaba algo más que cierta «adrenalina». Uno carga a cuestas la expectativa y una enorme ansiedad por lo nuevo de una asignación en el trabajo de campo, actitud profesional, y, también, por qué no, ciertos prejuicios con los que se acostumbra a convivir.

La consigna que habíamos consensuado con nuestro productor, el incansable Emiliano Lapolla, era clara: pasar la noche en terreno desconocido, ingresando al corazón de la marginalidad, ya que por la llegada del Santo Padre argentino, al barrio no se iba a poder entrar durante la mañana. Estaba literalmente blindado y militarizado. Y entonces? entonces, a dormir en Varginha.

Los primeros diez policías con que nos cruzamos caminando, trajeron cierto alivio para una noche en que conciliar el sueño, en principio, no iba a resultar una tarea fácil. Después, a cada paso, la típica (y dolorosa) postal de desigualdad, injusticia y derechos vulnerados de América Latina: casas construidas a las apuradas, fragilidad, calles que no se ven, chicos jugando en las márgenes de un río tapado por la basura, precariedad, olvido…

Algunos vecinos, algo indiferentes a la llegada papal, nos demostraban su enojo con las autoridades por el «maquillaje» al que fue sometido el barrio a último momento para que pudiera lucirse la repentina presencia del Estado ante los ojos del mundo.

Aqui pasamos la noche.

Marcelo Dell Isola, amigo y compañero de aventuras acostumbrado a filmar lo que se le aparezca por delante de su cámara en los rincones más remotos del planeta, parecía preocupado. La noche lo inquietaba, la casa asignada no era de las más confortables y llovía sin parar. Pero su nerviosismo era mucho más superficial. Josimar, el productor brasileño que nos acompañaba, acomodaba sus rastas mientras caminaba junto a nosotros en un sendero de barro y advertía con pasmosa tranquilidad que era de «buen roncar».

 

Y así, la que imaginamos podía ser la noche más larga imaginable, finalmente se convirtió en eso. Y no por los riesgos que planteaban nuestros prejuicios, claro. En medio de la solitaria quietud, Josimar -la representación humana mezcla de Bob Marley fusionada con Gilberto Gil- emitía los indescriptibles sonidos de su descanso. Y entonces, el colchón en el piso, sólo fue una excusa para la larga espera. De dormir, ni hablar: Josimar se encargaba de mantenernos en alerta. Y ni siquiera la ominipresente figura de Francisco, en nuestras oraciones, pudo ayudarnos.

 

 

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